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Es lógico y comprensible que nos interese saber qué hacer para superar la supuesta crisis religiosa (de fe y/o de amor) de muchos cristianos de hoy. Supuesto todo lo que hemos dicho anteriormente, la clave para empezar a desbloquear la crisis es la Persona de Jesús.
Lastimosamente Jesús está en la cabeza de muchos cristianos, (ni siquiera de todos), pero no está en su corazón. En muchos casos, nunca estuvo en su corazón; en algunos, estuvo en su adolescencia o primera juventud, pero ya no está: su corazón lo ocupan las preocupaciones de la vida ordinaria o los ídolos del mundo de hoy. Son cristianos que rezan, incluso van a Misa, es más, hasta realizan algún trabajo apostólico; son “gente de Iglesia”, pero Jesús, sus valores y criterios, no ocupan el centro de sus vidas.
Este hecho explica la verdadera contradicción entre su supuesta fe y el comportamiento de sus vidas: esas personas hablan de Jesús y citan el Evangelio; pero mienten, calumnian a su prójimo, luchan por el poder y por acumular riquezas. Por esto, entraron en crisis, porque el mundo en el cual vivimos es la antítesis del Evangelio de Jesús. Ya no se puede servir en serio a dos señores: hemos de volver al Jesús de Nazaret y dejar de lado toda la hojarasca que el mundo y los mismos miembros de la Iglesia le han ido acumulando a lo largo de la historia.
Hoy día hemos redescubierto el valor de la palabra que Jesús más usaba cuando invitaba a la gente a la conversión: “sígueme, síganme”. Ser cristiano es ser “seguidor de Jesucristo”, es vivir al estilo de Jesùs, en circunstancias distintas, pero movidos por el Espíritu de Jesús, que “vino no para hacer su voluntad, sino la del Padre que le envió” (Jn. 4, 34; 5, 19-30; 6, 37-46; 7, 16-17; 8, 42; 10, 34-38…) Pero este seguimiento de Jesús está expuesto a tentaciones como las que sufrió el mismo Jesús. Las famosas “tres tentaciones” de Jesús en el desierto son, a juicio de los biblistas de hoy, un resumen de todas las tentaciones que tuvo que enfrentar a lo largo de su vida: Jesús fue tentado, pero venció a las tentaciones.
Jesús nunca utilizó su poder divino para su propio interés o beneficio. Si multiplicó el pan fue para alimentar a la multitud de pobres que le seguían, pero no para alimentarse El. Jesús siempre renunció a obtener poder y gloria a condición de someterse a las mentiras que propone el diablo y “el mundo”. Pocas cosas son más ridículas en el seguimiento de Jesús que el figuretti y la búsqueda de honores. Sin embargo, los miembros de la Iglesia siempre seremos tentados a aprovechar la religión para nuestro renombre y prestigio personal.
Jesús superó las tentaciones porque su voluntad libre era fuerte y esa fortaleza se debía a que amaba con pasión el gran valor de su Padre, que quiere el bien y la salvación de todos sus hijos.
Ramòn Juste, sj.