Articulos Asesores

Hace poco escribí un artículo sobre la ilusión y la desilusión. Es un problema que me apasiona. Hoy quiero ayudar a los desilusionados y a los que quieren evitar posibles desilusiones.  Y lo harè desde mi experiencia de la “Espiritualidad Ignaciana”, que la creo muy útil para todos mis lectores.

Ante todo, debemos afirmar que un cristiano para vencer las dificultades de la vida ha de ser fuerte y lúcido. ¿Cómo conseguir la fortaleza interior? La propuesta ignaciana la encontramos, ante todo, en sus Ejercicios Espirituales: es decir, en la experiencia intensa del encuentro personal con el Señor. Pero esta experiencia espiritual sola no basta; tiene que ser confrontada con otras experiencias que nos aseguren de que estamos suficientemente vacìos de nosotros mismos para ser fuertes ante las dificultades de la vida. La experiencia nos demuestra que cuanto más desprendidos somos de nosotros mismos, y más llenos del Espíritu del Señor, menos nos va a impactar la dificultad, y mucho más fuertes seremos para vencerla.

¿Cuáles pueden ser esas otras experiencias que nos ayuden a vaciarnos del egoísmo y del  orgullo? Ejemplos: el servicio a pobres y enfermos; experimentar en nuestras actividades apostólicas la soledad, la incomodidad, la incomprensión o la falta de seguridad, y sobre todo, la exposición al fracaso. Quien no se ha rendido ante esas experiencias, ha demostrado ser fuerte ante otras dificultades mayores.

Pero no basta con ser fuerte, ya hemos dicho que hay que ser también lúcido. La lucidez nos hace percibir a tiempo la verdadera naturaleza y fuerza de la dificultad, nos ayuda a calibrar nuestras fuerzas con realismo y a saber escoger entre aquellas armas que están a nuestra disposición, las más adecuadas en cada caso. El camino ignaciano hacia la lucidez es el discernimiento, entendido como hábito o estilo de vida, que se va adquiriendo con la oración y el ejercicio constante.

Enunciemos algunas actitudes básicas que configuran el estilo de vida que llamamos discernimiento.

  • Reconocimiento de las gracias que continuamente recibimos, directa o indirectamente, del Señor.
  • Atención y mirada atenta a cuanto ocurre a nuestro alrededor y descubrimiento de su mensaje.
  • Reflexión sobre nuestro mundo interior para descubrir nuestras “afecciones desordenadas” y nuestras “dependencias afectivas”, a fin de ir logrando la verdadera libertad interior.
  • Disposición para el servicio, el más adecuado, necesario y desinteresado posible, según las circunstancias.

¡DE COLORES!                                             

    Ramón Juste, sj.

Hace poco escribí un artículo sobre la ilusión y la desilusión. Es un problema que me apasiona. Hoy quiero ayudar a los desilusionados y a los que quieren evitar posibles desilusiones.  Y lo harè desde mi experiencia de la “Espiritualidad Ignaciana”, que la creo muy útil para todos mis lectores.

Ante todo, debemos afirmar que un cristiano para vencer las dificultades de la vida ha de ser fuerte y lúcido. ¿Cómo conseguir la fortaleza interior? La propuesta ignaciana la encontramos, ante todo, en sus Ejercicios Espirituales: es decir, en la experiencia intensa del encuentro personal con el Señor. Pero esta experiencia espiritual sola no basta; tiene que ser confrontada con otras experiencias que nos aseguren de que estamos suficientemente vacìos de nosotros mismos para ser fuertes ante las dificultades de la vida. La experiencia nos demuestra que cuanto más desprendidos somos de nosotros mismos, y más llenos del Espíritu del Señor, menos nos va a impactar la dificultad, y mucho más fuertes seremos para vencerla.

¿Cuáles pueden ser esas otras experiencias que nos ayuden a vaciarnos del egoísmo y del  orgullo? Ejemplos: el servicio a pobres y enfermos; experimentar en nuestras actividades apostólicas la soledad, la incomodidad, la incomprensión o la falta de seguridad, y sobre todo, la exposición al fracaso. Quien no se ha rendido ante esas experiencias, ha demostrado ser fuerte ante otras dificultades mayores.

Pero no basta con ser fuerte, ya hemos dicho que hay que ser también lúcido. La lucidez nos hace percibir a tiempo la verdadera naturaleza y fuerza de la dificultad, nos ayuda a calibrar nuestras fuerzas con realismo y a saber escoger entre aquellas armas que están a nuestra disposición, las más adecuadas en cada caso. El camino ignaciano hacia la lucidez es el discernimiento, entendido como hábito o estilo de vida, que se va adquiriendo con la oración y el ejercicio constante.

Enunciemos algunas actitudes básicas que configuran el estilo de vida que llamamos discernimiento.

  • Reconocimiento de las gracias que continuamente recibimos, directa o indirectamente, del Señor.
  • Atención y mirada atenta a cuanto ocurre a nuestro alrededor y descubrimiento de su mensaje.
  • Reflexión sobre nuestro mundo interior para descubrir nuestras “afecciones desordenadas” y nuestras “dependencias afectivas”, a fin de ir logrando la verdadera libertad interior.
  • Disposición para el servicio, el más adecuado, necesario y desinteresado posible, según las circunstancias.

¡DE COLORES!                                             

    Ramón Juste, sj.

Hace poco escribí un artículo sobre la ilusión y la desilusión. Es un problema que me apasiona. Hoy quiero ayudar a los desilusionados y a los que quieren evitar posibles desilusiones.  Y lo harè desde mi experiencia de la “Espiritualidad Ignaciana”, que la creo muy útil para todos mis lectores.

Ante todo, debemos afirmar que un cristiano para vencer las dificultades de la vida ha de ser fuerte y lúcido. ¿Cómo conseguir la fortaleza interior? La propuesta ignaciana la encontramos, ante todo, en sus Ejercicios Espirituales: es decir, en la experiencia intensa del encuentro personal con el Señor. Pero esta experiencia espiritual sola no basta; tiene que ser confrontada con otras experiencias que nos aseguren de que estamos suficientemente vacìos de nosotros mismos para ser fuertes ante las dificultades de la vida. La experiencia nos demuestra que cuanto más desprendidos somos de nosotros mismos, y más llenos del Espíritu del Señor, menos nos va a impactar la dificultad, y mucho más fuertes seremos para vencerla.

¿Cuáles pueden ser esas otras experiencias que nos ayuden a vaciarnos del egoísmo y del  orgullo? Ejemplos: el servicio a pobres y enfermos; experimentar en nuestras actividades apostólicas la soledad, la incomodidad, la incomprensión o la falta de seguridad, y sobre todo, la exposición al fracaso. Quien no se ha rendido ante esas experiencias, ha demostrado ser fuerte ante otras dificultades mayores.

Pero no basta con ser fuerte, ya hemos dicho que hay que ser también lúcido. La lucidez nos hace percibir a tiempo la verdadera naturaleza y fuerza de la dificultad, nos ayuda a calibrar nuestras fuerzas con realismo y a saber escoger entre aquellas armas que están a nuestra disposición, las más adecuadas en cada caso. El camino ignaciano hacia la lucidez es el discernimiento, entendido como hábito o estilo de vida, que se va adquiriendo con la oración y el ejercicio constante.

Enunciemos algunas actitudes básicas que configuran el estilo de vida que llamamos discernimiento.

  • Reconocimiento de las gracias que continuamente recibimos, directa o indirectamente, del Señor.
  • Atención y mirada atenta a cuanto ocurre a nuestro alrededor y descubrimiento de su mensaje.
  • Reflexión sobre nuestro mundo interior para descubrir nuestras “afecciones desordenadas” y nuestras “dependencias afectivas”, a fin de ir logrando la verdadera libertad interior.
  • Disposición para el servicio, el más adecuado, necesario y desinteresado posible, según las circunstancias.

¡DE COLORES!                                             

    Ramón Juste, sj.