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Cuando era pequeño recuerdo una experiencia que quizás sea familiar para varios (de una cierta edad): los domingos era muy difícil encontrar una tienda o un comercio abierto. Hoy en día eso ha cambiado muchísimo, y pareciera que cada vez más, el descanso dominical se diluye en medio del consumismo y el activismo.
Quizás nos pueda parecer mejor poder encontrar todo abierto los domingos — quién no ha tenido urgencia de comprar algo ese día—. Pero también quizás al vivir así, casi sin descanso, afectamos poco a poco toda nuestra vida y nos perdemos de vista lo esencial.
Jesús era partidario del descanso. El mismo, después de un tiempo arduo de trabajo, se retiró a descansar con sus discípulos. Los primeros cristianos entendieron su importancia, y el domingo — dies Domini, día del Señor— fue preservado hasta, con el tiempo, formar parte del calendario civil.
San Juan Pablo II, en una hermosa carta llamada precisamente Dies Domini, recordaba que alternar descanso y trabajo está inscrito en la naturaleza humana. El domingo, además, no está solo para dejar de trabajar. Ni tampoco para hacer un paréntesis en la vida o «desconectarse» (¿es posible desconectarse de uno mismo?). El descanso entendido así no descansa, al contrario, con el tiempo nos va frustrando o se convierte en tiempo perdido.
Este gran santo y gran Papa nos señalaba que el domingo es precisamente el día del Señor, y tiene como centro la Eucaristía. En esa misma carta nos daba otras sugerencias para vivir bien el domingo y santificarlo. ¡Veamos los consejos de un santo!
1. Ir a Misa (¡no habría ni que decirlo!)
La Eucaristía, obvio, es el centro del domingo. No es una «actividad» más ni debería ser una obligación. Debe ser un encuentro lleno de amor con Cristo resucitado. Jesús hace todo nuevo, y al recibirlo, recibimos su vida que nos renueva. ¿No es el sentido del descanso renovarnos? Si uno se pone a pensar, no puede haber auténtica renovación si no es a partir de Cristo.
2. Reza un poco más
El domingo es sin duda un día en el que podemos dedicar un poco más de tiempo a la vida espiritual y a la oración. La oración no es una reflexión teórica, sino un encuentro personal con Dios que nos ayuda a centrarnos en lo esencial y en lo que le da sentido a toda nuestra vida.
3. Aprovecha la familia
Muchas veces es el único día donde se pueden planear actividades en familia y que son fundamentales para fortalecer los lazos y pasarla bien. Separar ese día para pasarlo con la familia sembrará vínculos de unión entre padres e hijos. Asimismo, puede ser un día también para visitar a otros miembros de la familia y para compartir con ellos.
4. Busca a tus amigos
La amistad es parte fundamental de la vida de toda persona. San Juan Pablo II sugiere aprovechar el domingo para cultivar las amistades. «El que encuentra un amigo encuentra un tesoro», nos recuerda la Biblia, y como todo lo valioso en la vida, la amistad debe ser cultivada. Eso significa tiempo y dedicación a los amigos pues si no lo hacemos hasta la amistad mas fuerte, se va marchitando. La verdadera amistad descansa el corazón y renueva el espíritu. Olvídate por un día de tus redes sociales… ¡busca encontrarte en persona con tus amigos!
5. Diviértete
La vida cristiana no tiene porque ser aburrida, y el domingo puede ofrecer el espacio para actividades que nos diviertan. De hecho es incluso una manera de vivir la confianza en Dios, pues por lo general la diversión no genera ganancias materiales (¡al contrario!) y por lo tanto el divertirnos, es otro modo de decir que confiamos en Dios, pues por unos momentos dejamos de pensar en nuestro sustento.
Una reflexión final: ¿Qué es lo que de verdad nos otorga descanso? Si nos ponemos a pensar, el termino de descanso lo relacionamos con lo que nos renueva, aquello que nos «recrea». Es otra manera de decir que nos descansa lo que nos crea de nuevo.
Cuando Dios creó el mundo lo creó por amor, y cuando creó al ser humano, lo creó por sobreabundancia de amor. Nos «recrea» el amor, y eso lo vivimos en la experiencia de comunión, de amistad con Dios y con los demás. En un sentido lo que más nos descansa es sentirnos amados y poder amar, y siempre que lo hacemos, nuestro corazón adquiere nuevas fuerzas para seguir adelante.
Autor: Kenneth Pierce para Catholic-link.com