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El Papa Francisco habla con frecuencia de “una Iglesia pobre y para los pobres”. Por su parte, el Presidente Cartes ha planteado, como uno de los principales objetivos de su gobierno, “la lucha contra la pobreza”. Mucha de nuestra gente se pregunta: ¿De què pobreza estamos hablando? ¿De algo que es bueno y deseable , o de algo que es malo y contra lo que hay que luchar?
El Papa Francisco – y con èl los seguidores de Jesùs – no hablamos de la pobreza económica, que es un mal, como dijeron los obispos latinoamericanos en la Conferencia de Medellìn, el año 1968. En ese famoso documento, nuestros obispos escribieron: “La pobreza, como carencia de los bienes de este mundo necesarios para vivir dignamente como hombres, es un mal. Los profetas lo denunciaron como contraria a la voluntad de Dios, y las màs de las veces como el fruto de la injusticia y del pecado de los hombres”.
Contra ese tipo de pobreza “económica” quiere luchar nuestro Presidente, y nosotros debemos luchar también. No podemos aceptar que el 20% de nuestros hermanos paraguayos vivan en extrema pobreza socioeconómica. Esta realidad es un pecado “estructural” grave, en el cual todos tenemos alguna parte de culpa. No es, pues, ni puede ser voluntad de Dios; nuestro Papá-Dios no puede querer que tantos hijos suyos vivan en la miseria.
Entonces, ¿de qué pobreza y de qué clase de pobres habla el Papa Francisco? Ante todo, los pobres que no quisiéramos que existieran, pero son los “preferidos de Dios” y deben ser, por lo tanto, los preferidos de la Iglesia. Pero para atender a esos pobres, los agentes de pastoral debemos ser “evangélicamente pobres”, es decir, debemos cultivar ante todo los valores del Reino, y dar un testimonio de sencillez y solidaridad. En síntesis, para que podamos convencer al hablar de amor, debemos vivir en el amor y para el amor.
Ramòn Juste, sj.